Señor taxista! Yo no soy periodista...
Los detalles no los recuerdo, o mejor dicho no los quiero recordar. Creo que quedan cifrados en una pequeña parte de mi corteza cerebral deseosos a ser eliminados un día de estos por cuestiones de pudor o vergüenza a estas alturas de mi temprana edad; el hecho es que aquella mañana había tomado un autobús, creo eran las 5 de la madrugada -no lo recuerdo muy bien-, me había dirigido a Tarifa, uno de mis pueblos favoritos de Cadiz, y tomado el Ferry que te lleva hacía paradero conocido al norte del África mora. Ya en el barco, pensaba en lo que haría tan luego llegase a este nuevo país totalmente desconocido para mí, del que había oído hablar mas bien poco y que esto poco se resumía a pateras que cruzaban el estrecho y a sonido de Jembe con vocablos árabes a descifrar.
Estando en el barco tengo que presentar mucha documentación que acredite que puedo entrar nuevamente a España, como sabrán rubia no soy así que tranquilamente podía pasar por una marroquí entusiasmada por el salto a Europa; así que me aseguré bien de que todo iba conforme a regla y que no tendría ningún problema... hasta que... llega a mis manos un terrible papel de migración en el que debo detallar mi ajustada, miserable y nada productiva vida profesional que hasta ese entonces engalanaba mi pertrecho y mal avenido currículum y no se me ocurre otra idea que en lugar, y todo sea porque no hubieran malas interpretaciones al respecto, de poner que me dedicaba a bailar y animar público hotelero escribí PERIODISTA.
Vayas risas me echo yo ahora después de haber sudado frío y pasado todo tipo de pensamientos nefastos pero sobretodo inoportunos sobre un equivocado momento, un poco acierto sobre el apartado profesión que rellené, pero peor aún un equivocado lugar. Mi concentración se disipó, mi corazón latió al máximo y unas ganas de lanzarme al agua y volver a nado a España se apoderaron de mí súbitamente. La adrenalina fluyó a mil por cien y mi cara lució un aspecto fantasmal.
La verdad y después de una discusión acalorada, medio en árabe, en español o lo que fuere, revisado mis pocos objetos personales y reído por la nada simpática foto de mi pasaporte (que por cierto ya lo cambié) la cosa pasó a calmarse, improvisamos risas y mi pulso empezó a relentizar las doce mil pulsaciones que llevaba por minuto, mi cara lucía una nada convincente sonrisa pero sobretodo me quedó poco en claro absolutamente nada. Lo único que recuerdo es que me dieron dos palmadas en la espalda, me invitaron una bebida y me trataron muy amablemente los escasos 10 minutos que quedaban de trayecto, eso sí ,tenía a uno de un lado y a otro del otro lado y entre los tres nos mirábamos con cara de poker sin sabernos que decir. Una vez habíamos llegado a puerto me acompañaron hasta la salida con un atisbo de solemnidad
Yo nunca me enteré de lo que pasó, sólo recordaba sin cesar las frases de los que la noche anterior estaban sentados en una misma mesa, en un bar de nuestro Conil de la Frontera repitiéndome una y otra vez: A Tánger no se te ocurra irte sola! No vayas, No vayas!
Bajando las escaleras de ese ferry bicolor fui recordando instantes, flashes, momentos de la noche anterior, del porqué me había subido a ese barco, de cómo había llegado hasta allí sola y de que me motivó a hacerlo. Sentí que a pesar de los sustos y el mal momento lo volvería hacer. Me maravillé con lo que mis ojos vieron desde la acera del embarcadero que no era otra que las vistas de aquella entrañable ciudad, me acomodé el bolso... saqué un cigarro... me acerqué a un taxi-árabe y éste me dijo: A dónde vamos? Y yo le respondí: Yo no soy periodista y lléveme a cualquier lugar...
Lessar
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