Sin título: Un pequeño avance no corregido de mi proyecto de libro.
Afuera la mañana era fría y pequeños charcos convertidos en lodazales adornaban el panorama triste, opaco y sin vida de principios de noviembre. El humo de los demás autobuses enrarecían la atmósfera, este autobús también desprendía bocanadas de dióxido una y otra vez en cuanto el conductor aceleraba o hacía un sufrido y nada suave cambio de marcha. Mucho humo, muchos lodazales, mucha lluvia era lo que podía enmarcar en su visión; una sonrisa asomaba en su cara y le recordaba que su viaje era hacía un destino distinto como siempre pero a su vez conocido. Aquella mañana de noviembre no lo pensó demasiado, luego de una llamada telefónica todo estaba organizado y predestinado a suceder, bajó las escaleras de casa, acompañada de una maleta con escasas pertenencias, la ilusión a flor de piel y dos intenciones: Mirar a su pasado nuevamente a los ojos y dejarlo enterrado para siempre; se dirigió a la estación de autobuses, se acercó a la ventanilla de billetes y dijo: A Barcelona, por favor...
Ciudad del Cabo. Octubre de 2001
El tráfico de la Buitengracht Street era insoportable. Un mar de coches asomaban de norte a sur por esa espaciosa calle, cantidad de gente alrededor sorteaba los automóviles con la intención de cruzar la avenida sin esperar por ninguna razón a que el semáforo se pusiese en rojo. Impacientes conductores no hacían más que tocar la bocina y sacar medio cuerpo afuera para pelearse y propinar insultos a inadvertidos transeuntes y a los demás conductores. El gentío llevaba prisa, y como autómatas no miraban a nadie a su alrededor solo iban o venían y apretujaban contra sus cuerpos cualquier objeto que pudiera ser de valor y que pudiese despertar la ambición de cualquier desconocido.
Ya y de por sí todo el mundo conocía que tal respetada ciudad sudafricana tenía y ensalzaba la fama de ser una de las ciudades más peligrosas del mundo, en donde el crimen estaba a la orden del día y se consideraba una locura ir andando sólo por la noche por cualquier callejuela, por considerarse tentativa directa a un posible atraco y en el peor de los casos una muerte segura; caso contrario por la mañana ya que la Buitengracht Street solía estar repleta de gente, abarrotada de historias personales y de vida como cualquier gran calle de cualquier gran ciudad.
El Cape Town Lodge era el mejor de los edificios de la zona urbana de Ciudad del Cabo; albergaba en su mayoría a distinguidos empresarios, inversores extranjeros que iban por cuestiones de negocios a Sudáfrica. Mafias, gente legal, gente no tan legal, gente importante pero nunca corriente visitaban los pasillos lujosos de tan importante "centro de negocios" y comían, disfrutaba y se divertían a raudales viviendo la antítesis de una ciudad que a fuera de esas cuatro paredes padecía el hambre y la pobreza en cada rincón de cada callejón y calle.
Durante decenios Sudáfrica, especialmente Ciudad del Cabo, sobrevivió en base a una economía de pequeños negocios sobre todo locales, un turismo casi potencial pero sin mayores pretensiones y de importantes pero poco organizados cárteles de droga; pero fue a principios del año 2000 cuando la economía dio un gran vuelco y vio incrementar sus arcas gracias a la inversión extranjera que tuvo mucho que ver con que se hubiese producido en ese país el boom inmobiliario. Momento económico que muchos de los altos empresarios estadounidenses y europeos procuraban y aprovechaban para blanquear el dinero procedente de las drogas que se comercializaban en ciudades como Amsterdam, Miami, Barcelona, Lagos y en la misma Ciudad del Cabo.
Hombres guapos, importantes e interesantes se dejaban ver a la salida de los hoteles más lujosos de la zona y de los edificios más emblemáticos de la atareada ciudad, edificios de las transnacionales que tenían localizados algunos de sus negocios más fructíferos de la economía nacional.
En la esquina entre la Buitengracht St y la Carisbrook St, antes de convertirse en la avenida New Church, una joven con un cigarrillo en la mano esperaba a las afueras del edificio de la constructora llamada Central Emporium. Salma vestía un floreado pantalón amarillo, combinado con una camiseta beige, sandalias marrones nada estéticas, nada especiales. Un cuerpo muy delgado dejaba entrever un pecho pequeño. Unas trenzas larguísimas adornaban su cabellera lisa y negra azabache, un poco de colorete marcaba dando luz a una piel totalmente joven que denotaba la frescura de unos pocos 21 años. Prendió otro cigarro y esperó a que su novio, con el que llevaba viviendo los últimos 2 años, saliese de la oficina de alto standing que la compañía Madrileña le había dado para que llevase los negocios en Sudáfrica.
-¿Me has esperado mucho? Preguntó Marco
-No que va, -respondió tajante- solo llevo bajo este maldito sol unos quince minutos que no es mucho, pero ya empiezo a calcinarme.
-¿Y has venido en taxi o te animaste a conducir? porque mira que hay que tener paciencia para guerrear entre estas calles.
-Claro que he venido en coche, esta ciudad es terrible para conducir, pero me gusta y de paso voy al gimnasio hasta que salgas tú de trabajar y nos vamos juntos a casa. -Respondió irritada Y... tú crees que nos podemos mover ya? O tienes algo más que hacer que quedarte aqui de pie como esperando qué se yo!
-Por cierto, te presento a Gael, -dijo Marco- ha llegado recién a la empresa de a lado, no trabaja para Central Emporium sino en Ploter S.A, la que se podría denominar nuestra competencia directa. Estuvimos tomando un café y no conoce nada de esta ciudad. ¿Te importa que nos acompañe a comer?
-Claro que no, mucho gusto Gael, soy Salma, un placer conocerte. Bienvenido al infierno Sudafricano...! ¿Ahora si nos vamos? enfatizó. Marco y Gael asintieron, ¡Pues entonces fantástico, andando que tengo hambre! -determinó la joven.
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