Impresiones
Lima es horrible. Lima también es bella. Yo creo que Lima tendrá siempre dos caras: la distinguida y la deslucida; la moderna y la antigua, la falsa y la auténtica, para finalmente terminar siempre siendo la rica y la pobre. Todo esto es Lima. Una vez escuché decir que esta ciudad era la miseria del Perú, tal adjetivo me disgustó de sobre manera, no lo entendí en su momento porque soy una chica de provincia y a la capital íbamos de fiesta o de vacaciones más no a vivirla. Lima es la miseria del Perú, decía, porque como tal, como capital, reune a casi 14 millones de personas procedentes de distintos puntos del país, costa, sierra y selva, lo que ha hecho que se convierta en un espacio pluricultural, en el que un sin fin de formas de hacer y costumbres pululan entre sus calles sin haber hallado, hasta el momento, una misma dirección o una razón común. Allí, en esa ciudad de millones de peruanos, la brecha que separa a los ricos de los pobres se nota con descaro siendo a su vez y con el tiempo más grande y definida que es lo realmente delicado. La miseria porque en ese conjunto hay de todo: empezando por el que no tiene absolutamente nada y que sólo compartirá el aire con el del Porsche Cayenne y nada más, a pesar de vivir a sólo 20 minutos el uno del otro. Pero Lima a pesar de esa característica que la hace tan particular también es una ciudad atractiva, de lugares con encanto, con sentimiento, de gente peruana que se cree que actúa como si viviesen en L.A o en el mismísimo Londres. Con una buena oferta cultural y con un plus de peligrosidad muy alto.
Los peruanos... Los peruanos nos hemos convertido en un caso a parte, de estudio sociológico, de vademécum, unos entes raros, caprichosos, difíciles de comprender. La mentalidad del peruano me cuesta, me da trabajo, me resulta difícil, para unas cosas vamos muy lento, para lo importante diría yo, para lo malo somos rapidísimos y los más listos de todos, incluso que nuestros amigos argentinos y porteños que ya es decir. A mi el peruano me sorprende cada vez más. He intentado me entiendan sin lograr resultado alguno, es como hablar contra una pared. Aquí todos tenemos mucho que decir pero nadie quiere escuchar. No hay interés. Me estoy cinco minutos de mi tiempo explicándole a una dependienta de tienda el problema y me mira a los ojos, con una mirada sin intensidad ni interés, medio asienta la cabeza y sigue atendiendo a otro comprador sin mostrar ni el menor atisbo de disposición para conmigo. Y así incontables veces en estas pocas semanas.
En Perú hay dinero. Mucho dinero. La gente dice que el narcotráfico está entrando con fuerza y que el lavado de dinero es el pan de cada día. Las mafias proliferan como perro por su casa en ciudades enteras. Los secuestros, los robos, los asaltos en casa, los asesinatos cada día se desayuna con alguna noticia de este estilo y ya a nadie parece afectarle, se han acostumbrado. El otro día dos ladrones intentaron meterse en nuestro carro mientras estábamos en un semáforo en rojo. A Heidy le robaron el móvil de entre las manos por el sector izquierdo otro intentaba meterse y compartir el asiento conmigo, mientras por mi parte le repartía unos golpes tipo ninja que aprendiera en Berlín en clases de Tai Box; con suerte no pudo subir y el taxista metió primera y nos saco de esas calles. Entonces es verdad en Perú hay dinero, mucho resaltaría, pero no hay forma de llevar nada de valor encima porque los amigos de lo ajeno están esperando el primer descuido para hacer de las suyas con violencia si es que pueden.
Lima tiene muchos contrastes si vemos y sólo contamos la cantidad de edificiones y coches de alta gama multiplicándose en sus avenidas, los centros comerciales a raudales, los lugares con derecho de admisión, los restaurantes fusión, no es para nada pobre; pero si cogemos el coche y nos movemos a pocos minutos de ese centro de negocios llamado Miraflores encontraremos a esa Lima que nadie quiere visitar, la real, la auténtica, la Lima de un país que no reparte por igual, la Lima sucia, la de los pirañas, los delincuentes y asesinos a sueldo. Allí está la realidad, en los cerros esos que nadie quiere subir. Y aún con todo eso, con lo feo del asunto, lo desagradable de la diferencia, lo mezquino de las circunstancias yo en Lima me siento como en casa... y punto.
Les
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