I Tego Arcana Dei

Un espacio como cualquier otro para dar rienda suelta a los pensamientos, a la imaginación, para comunicar y ser leído, analizado por algunos o simplemente ignorado por muchos. Lo importante es intentarlo y quedar a merced de quienes creen en uno y nos dan el voto de confianza; y demostrar que mas que un trabajo es un compromiso para con el lector. LESSAR

viernes, abril 18, 2008

Historia de un reportaje


(Relato en primera persona)

Macumba se llamaba. Su incursión en las actividades delictivas había empezado a temprana edad. “Delitos menores” llámensen robos, asalto a mano armada y carterísmo, habían hecho pasarle una temporada larga en Río Seco. No tenía normas y aseguraba que la cárcel antes de ayudarle a mejorar, lo corroía más. No tenía quien lo visitara, así que la entrada a su mundo de interno “casi ejemplar” no fue cosa de gran trabajo.

Para mediados de 1999 María Elena ya me había hablado de la posibilidad de ir a la cárcel. Y no! No es que hubiera cometido algún tipo de delito sino que entre mis intensiones estaba el querer ver de cerca la miseria humana, y sacar un reportaje de allí. Previamente había conversado con mi colega de estudios y amiga Katheryn Hidalgo, quien trabajaba como practicante de periodismo en un diario de mi ciudad. Queríamos sacar algo realmente importante de aquellos páramos totalmente desconocidos para nosotras. Y Katheryn, sin dudarlo ni un momento, aceptó.

Como imaginarán, Río Seco nunca ganó el premio al penal más ejemplar de la zona. Al contrario, para ese entonces las noticias de mafias, contrabandos, y acciones ilícitas eran cosa del pan de cada día. María Elena sabía bien lo que hacía. Yo era sólo una estudiante de periodismo, con muchas ganas de saber pero con poco conocimiento del mundo delincuencial. Necesitaba un contacto y un preso; así que trabajando al máximo la situación en cuestión de semanas contaba con lo que mis intereses pueriles y periodísticos requerían.

Río Seco

Tengo en mi mente grabada la primera vez que pisé la cárcel. El control de seguridad era excesivo. Las mujeres a un lado y los varones a otro. Las mujeres éramos “cacheadas” por féminas policías. Con guantes y una cara de "pocas amigas", las policías nos ordenaban a una por una pasar por una sala protegida por retales azules con el fin de revisarnos por todos lados. El sujetador (sostén), pecho, cuerpo, calzado, partes íntimas… en alguna oportunidad nos bajaron las bragas (calzones) ya que cualquier sitio era bueno para ocultar la droga, que una vez dentro, se comercializaba a precio de oro.

Macumba era el preso. María Elena era el contacto, y yo… la infiltrada, Katheryn era el fin de la historia. Antes de seguir con este relato veo necesario contar como te ganas la confianza de un preso. No es sencillo. Cual película el primer contacto es en los patios del recinto, llevas tabaco contigo y se lo dejas todo, le hablas poco. Nada de avasallarlo. Eres su visita y, por lo tanto, El será quien determine el recorrido (rincones, lugar de manufactura de objetos, etc). Conocer a sus amigos más íntimos es importante esto incluye el no demostrar ni un atisbo de miedo cuando ellos, por decisión propia, te cuentan cómo es que terminaron dentro del “trullo”. Y, por supuesto, reír de las bromas aunque no sean de lo más divertidas.

Para decir verdad, Macumba no fue un preso difícil de trabajar. Luego de un par de meses de visitas periódicas era ya nuestro amigo. El compadrazgo lo pillamos rápidamente y para cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos pasando de los patios del recinto a su aposento más privado. Era la forma de ganarse al “amigo” y hacer que nos contara lo que queríamos saber. Así que la primera prueba estaba superada y la confianza ganada, sólo hacía falta el matiz de dejarlo hablar hasta que llegara a decirnos los entretelones de vivir en Río Seco. Y así lo hicimos…

Aquel día Katheryn se quedaría en la universidad, se había propuesto escuchar de primera mano lo que Macumba y sus compañeros tenían que contarnos, pero era mejor que no la conociesen. Ya lo habíamos hablado, ella sólo tenía que redactar la noticia y yo grabaría a los presos; pero era imposible. Infiltrar una grabadora era cosa de locos, así que Ella dio por hecho que tenía que escuchar directamente del implicado las cuestiones a confesar. María Elena seguío siendo nuestro fuerte contacto.

Esa tarde nos tocó subir al pabellón de internos, caminamos por un pasillo donde de un lado y de otro estaban posicionados los presos. Ellos nos miraban a los ojos, nosotros los mirábamos a ellos, íbamos protegidas, Macumba y sus compinches eran nuestros amigos. Nos llevaron a su celda y allí Macumba, y sus colegas nos tenían preparado un agasajo. Un pequeño banco de madera adornaba la instancia, fotos, cajas… una letrina a medio limpiar. La cama estaba hecha, las mantas dobladas y uno de ellos, el que estaba allí por asesinar a un “viejo de mierda” como lo llamó, se apresuró a ponernos las mantas en el suelo a quienes no teníamos banco alguno, asegurando que ya no tenía ladillas.

Acto seguido y ya en nuestras manos teníamos una taza de metal que repartían con esmero y entusiasmo lleno de aguardiente hecho de cascaras de manzana. Que ¿cómo lo hacían? Ni idea, seguro era resultado del tráfico que ya antes os había mencionado. Trago va, trago viene y para cuando nos quisimos dar cuenta estábamos empezando a pillar un poco de “taja”.

Katheryn se apresuró a grabar en su memoria, y yo hice lo propio, todo lo que nos contaban y decían. Era una lástima no tener nada con que anotar nombres, cifras, episodios… A nosotras nos tocaba el trabajo de retener con la más alta precisión aquella información y el compromiso de no revelar jamás los nombres de nuestros informantes.

Me negaba a creer como la vida era sólo cuestión de dinero en aquel sitio. Joven adolescente no sabía que el sistema estaba deformado desde la base. Los mismos guardias que en un principio nos requisaban absolutamente todo en la entrada, eran los que más tarde lo vendían dentro. “Con la plata baila el mono... Esto funciona a base de coímas: para comer, para dormir, para vivir..." repetían una y otra vez. No dejaban de insistir y señalar lo putrefacto del submundo en el que vivían. Las razones y motivos del no querer cambiar, de matar a otro sin temor a ser juzgado (ya que la ley no juzga dos veces por el mismo crimen), aún estando en la cárcel y podía ser al compañero de al lado. “No hay respeto, eso te lo ganas a base de golpes y de meter miedo. No hay ley, tú la haces” decían.

Finalmente habíamos terminado el trabajo. Katheryn tenía su reportaje, mis inquietudes estaban saldadas y ellos, ellos siguieron con sus vidas entre rejas. Guardo en mi memoria un sinfín de episodios que no podría contárselos porque quedan ahí en la más absoluta reserva. Lo que vi, oí… experiencias del pasado que aun casi 10 años después las puedo rememorar con exactitud, se quedarán en ello, en el pasado. Aquellas celdas, aquellos hombres, aquellas caras, aquellas manos, aquellas historias –unas más impactantes que otras. Aquel Río Seco con Macumba y sus amigos.Todo formó parte de una inquietud juvenil por conocer los entresijos de aquello que casi nadie, con nuestra edad, podía llegar a conocer. Una inquietud que se dio por saciada, luego de muchos meses, aquella tarde de diciembre de 1999.

Etiquetas: