I Tego Arcana Dei

Un espacio como cualquier otro para dar rienda suelta a los pensamientos, a la imaginación, para comunicar y ser leído, analizado por algunos o simplemente ignorado por muchos. Lo importante es intentarlo y quedar a merced de quienes creen en uno y nos dan el voto de confianza; y demostrar que mas que un trabajo es un compromiso para con el lector. LESSAR

lunes, mayo 04, 2009

Si amor, yo también te quiero

Hay quienes se han arriesgado, traspasado la barrera de la soledad, se han convencido de que es lo mejor y han terminado compartiendo lecho, casa y mesa con la pareja. Ay! nos hemos dejado convencer y estamos ya encaminados a pasar nuestras noches, días y largas tardes de televisión con la nueva parienta quien no se ha detenido ni por un segundo y se ha arrimado a nosotros hasta convertirnos en carcelarios directos, que no indirectos, de nuestra propia casa ahora denominada "su casa".

Hay ciertas cosas que no podemos cambiar, hay ciertas historias que siguen repitiéndose como formatos telenoveleros ya escritos, que conocemos pero a los que no hacemos caso por creer que no nos va a pasar nunca. Te casas y todo lo demás se da por hecho, compartirlo todo hasta que la muerte nos separe; pero hay quienes no cometiendo ese acto de amor sagrado terminan en la misma situación: llevados a la guillotina marital.

Luego se preguntan estos pobres hombres ¿Cómo es que terminé en este enredo y en este lío sin darme cuenta? Lo siento pobres hombres pero seguro se dejaron llevar por el amor y sus innumerables caminos que te llevan a pensar poco en lo que pudiera venirse y en que compartirías absolutamente todo con esa persona que tanto quieres a tu lado, desde la pasta de dientes mal cerrada hasta los pelos en la ducha que tanto odias y detestas.

Cuando abres la puerta de tu casa a esa encantadora pareja está escrito que la abres para todo lo que aún no imaginas. Las mujeres tenemos también nuestra parte menos atractiva y eso no es necesario que te lo cuente, deberías saberlo aunque sea por intuición. No siempre andamos hechas unos figurines, ni nos vamos a la cama pintarrajeadas como si fuéramos a una cena de gala ni mucho menos solemos dormir con camisones sexys de Victoria's Secret. No! eso te lo has creído tú después de ver tantas veces nueve semanas y media. La verdad es otra y es que nosotras, las mujeres, tenemos nuestro tiempo de transformación, en el que dejamos de ser la chica sexy del bar o la oficina que conociste para convertirnos en la nueva novia que ahora vive contigo.

Necesitamos espacio, pero mucho espacio, amplísimo si fuera posible y sobre todo en absolutamente todos los lugares de la casa: Baño, armarios, estanterías... Si hablamos del baño podemos decir que las mujeres pasamos por el baño muchas más veces que vosotros y hacemos de este lugar algo eternamente personal, parte de un ritual. No importa que tú, pobre hombre, necesites de un armario en el baño, nosotras los necesitamos todos, desde el más pequeño de los cajones y por supuesto siempre el más grande. Tenemos infinidad de "potes", cremas, lacas, aceites, geles de baño, que para la celulitis, que para la cara, que por si acaso y demás cosillas que harán que luego un día inesperado despierte en tí ese interés de cuando eramos enamoradillos. Y no! ese maquillaje, ese color de pelo, esa manicure francesa no es la primera vez que se la hace... lleva tiempo con ello pero recien te has dado cuenta cuando has encontrado invadido el baño, menos espacio en tu parte, y no te ha quedado de otra que pedir un rincón aunque sea pequeño como suplica intensa para dos pomos tuyos tontos e insignificantes.

Entiendo que los pelos del baño sea algo con lo que no pueden lidiar. El pelo encanta a los hombres, cuando salimos juntos por primera o k-enésima vez siempre nos dicen ¡Estás guapísima! o ¡te queda muy bien ese peinado!, pero cuando toca vivir juntos no los soportan. Están por todos lados y es de confesar que es verdad. Lo raro es que nosotras, las mujeres, suframos menos de alopecia que los caballeros, pero sino se nos regeneraran tan pronto, digo los cabellos, estaríamos más calvas que cualquiera de ellos. Y estos pobres hombres tienen que pelearse, literalmente, con todos esos pelos que terminan hasta en los lugares menos inimaginables contando la bañera, el suelo o el cepillo olvidado en el velador, y que están allí recordándote que fuiste tú el que le propuso mudarse contigo a compartirlo todo.

Seguro que en tu casa lo tenías todo muy bien organizado, vamos, dentro de tu desorden estaba el orden que solo tú entendías a la perfección, pero cuando una mujer toca los objetos de casa por arte de magia las cosas empiezan a tener vida propia, no encuentras nada, tus calcetines se han mudado, tus camisetas sospechosamente han desaparecido y tus revistas deportivas o de coches extrañamente se han colocado en el armario detrás de las Cosmopolitan o las Vogue que tu tanto odias y que no conseguiste entender alguna vez que quisiste husmear para eso de entender qué les ocurre a las mujeres para querer convertirse en controladoras absolutas o madres en potencia.

Entraste por la puerta de casa, ya no la reconoces, huele bien y no es que antes oliera mal, antes simplemente olía a casa, pero ahora asoma un olor a quemado, a esencia rara que te produce un ligero dolorcillo de estomago y ganas rápidas de ir a evacuar. Le preguntas que pasó y te dice que es incienso. Acabas de aprender que el spray desodorizador de ambiente que solías comprar para el coche no sirve más para quitar el olor a tabaco de casa. Has salido del baño, después del repentino asquito que te produjo el incienso, y llegas al salón de casa y observas una seria de personas que conoces a medias, que conoces de nada o a alguno que no querrías haber conocido en la vida, como su madre por ejemplo, adornando la estancia como parte de la decoración que jamás, por mas que lo intentes, podrás quitar.

Y ni que decir del mando de la tele, el control remoto, se lo ha apoderado, es técnica y oficalmente suyo, no hay nada que hacer allí, algo de lo que mejor no quieres hablar.

No puedes más, no podrás salir corriendo de ese lugar. Tu te has crucificado y todos los que te miran desde las fotografías insulsas y desagradables están asistiendo a tu funeral. Lo que era tuyo se ha esfumado, solo quedas tú y alguna cosilla que seguro aún se le ha escapado pero que no pasará demasiado tiempo en encontrar. Te han invadido y no podrás hacer nada; a lo mucho salir corriendo al bar, tomarte una cerveza, llamar a algún amigo que pase por lo mismo y volver a casa sonriendo deseando que ella no se vaya nunca pero que algún día lo demás, al menos, vuelva a la normalidad.

Hasta otra,

Lessar

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