I Tego Arcana Dei

Un espacio como cualquier otro para dar rienda suelta a los pensamientos, a la imaginación, para comunicar y ser leído, analizado por algunos o simplemente ignorado por muchos. Lo importante es intentarlo y quedar a merced de quienes creen en uno y nos dan el voto de confianza; y demostrar que mas que un trabajo es un compromiso para con el lector. LESSAR

jueves, mayo 28, 2009

Olores a Mondongo y Macaulay Culkin ya no está

Dónde está Macaulay Culkin me preguntaba mientras colgaba la ropa limpia en el tendedero vecinal, mientras cavilaba en celebrities que no brillan más en el estrellato; están, como mis buenos amigos dirían: MIA, Missing in Action, vamos, por no querer decir desaparecidos. ¿Dónde está Haley Osment? Y es que me gustó tanto aquello de “I see dead people”...

Han desaparecido, como las arañas y sus telas que adornaban el balcón interno de este edificio en el que vivo con viejas locas, tolerantes de inmigrantes, fervientes piadosas y, a su vez, jóvenes porretas de familias bien avenidas que dizque estudian de lo cual no me quepa ninguna duda.

Así me pasaba los minutos hace dos días, mirando aquí, mirando allá. Mientras tendía la ropa escuchaba conversaciones "privadas" de gente que no conozco, vociferadas por el patio interior como si nadie pudiese enterarse de lo que hablan. Una le grita al otro ¡Serás cabrón!, este le responde ¡A que te gusta!; el de arriba pone reguetón y su madre tira la puerta fuertemente en señal de hastío, deseando que el muchacho se independice cuanto antes para por fin poder sacarse unas pelas rentando la habitación a cualquier otro al que no le guste el reguetón.

Mientras seguía en mi afanosa tarea doméstica pensaba que los veo a todos -mis vecinos quiero decir- en sus rutinas diarias y a su vez no veo a nadie, se escabullen, no están. Sólo veo a Isabel, la anciana del segundo, porque como va muy lenta, y cuando digo muy es muy, por las escaleras es bastante difícil no cruzarla a menudo. ¿Dónde se meten? Oigo voces, pero nunca termino por ver a ninguno en el ascensor. Sé algo de algunos mas no de todos. Los de abajo son una pareja de abuelos, me parece ser, y no sé si se enteran muy bien de en dónde están. Ahora mismo cocinan algo que no me está gustando nada cómo huele. Es terrible, yo creo que ni aunque me hallara en el compromiso de hacerlo, lo comería.

Sigo combatiendo con la cuerda, tiro de un lado y se arrastra la ropa hasta el otro extremo y los gritos de mi vecina de a lado rompen mi infructífera concentración intromisiva. Gritos espeluznantes, ella y su niña, que de niña tiene ya bastante poco, no descansan nunca. Siempre gritando, amenazas, lloros, rabietas, ese es el día a día, al parecer a la pendeja le gusta poner a su madre al límite.

Sigo creyendo que la comida de mi vecina de abajo no será muy sabrosa el día de hoy que digamos. Huele fatal. Yo pienso que está haciendo Callos, o como dirían en mi tierra mondongo porque eso está echando unos malos olores que no es ni normal. Yo estoy preocupada, estoy tendiendo mi ropa sobre su mondongo –pienso-. ¡Voy a mondonguear mi ropa y cuando salga por la calle me dirán La Mondongo! Esto lo tengo que frenar, me digo a mi misma, voy a bajar, tocar el timbre y decirle a mi vecina que algo no huele bien y que está poniendo mi ropa con olor a Mondongo, y si no sabe qué es el Mondongo se lo voy a decir en español que para eso estamos en España, a Callos, señora, a Callos.

Me animo, no me animo, tres prendas más y vamos a parar esa olla que envenena el ambiente casi pulcro de este piso en el que vivo. Cómo se lo tomará, me pregunto una y otra vez, no sé si pueda hacerlo. ¡Tengo un compromiso para con los vecinos, los libraré del efecto Mondongo que cada vez más esta propagándose de manera abismal! Esto es vomitivo y no hay tiempo que perder! Me digo.

Dejo a Macaulay Culkin en el tendedero, dejo los sollozos de la niña de a lado, al reguetonero de arriba y su escandalosa madre, la pareja que discute, todos se quedan ahí olvidados por un asunto que ha llamado por demás mi atención: El mondongo de la del 4º A. Cierro la ventana que da al patio interior, dejando mi ropa recién lavada a expensas de ese olor tan desagradable. Me lavo las manos, corro hacia la puerta y siento que el olor es allí aún más intenso que en la cocina. Pienso -tengo que abrir las puertas del salón y las ventanas para ventilar mí casa, esta peste me está invadiendo-. Le diré a la abuela de abajo que me ha desgraciado el piso con ese olor a tripa. Me asomo por la puerta del salón, el olor es asqueroso, hace que entrecierre los ojos como si me fuera a entrar olor por los lacrimales, en cuanto despejo mi mirada veo ardiendo el calefactor portátil que suelo ponerme en los pies por eso de que aquí, en el País Vasco, hace frío. El plástico está fundido y la llama está cobrando intensidad. Corro, desenchufo el aparatejo homicida y con una revista intento apagar el fuego. Con mis zapatos piso una y otra vez, una y otra vez, soplo como si se tratara de las velas de un pastel, perdonad, pero he visto demasiado pelis malas y en casa no tengo un extintor, sigue la llama ardiendo. Pienso –si le echo agua seguro que se apaga, pero si se lo echo lo arruino entonces con qué me caliento los pies esta tarde. ¡A la mierda! ¡Que no lo pienso joder, antes lo apago con las manos! Y así lo hice, aceleré el movimiento de mis manos, con los soplidos infructuosos, volví a agarrar la revista, una almohada y entre gritos, revistas y almohadazos logré apagarlo.

Yo no sé como en cuestión de segundos se pueden tener tantos pensamientos juntos. Pensé en el pedazo de incendio que podría ocasionarse si saltara una chispa a las cortinas, los bomberos, el desalojo, mi vibroaction quemado ¡Oh no! y la PSP desaparecida para siempre ¡El acabose!, pensé en el olor a incineradora que invadía la casa y el cual me tomaría días quitar, en el reguetón de mi vecino, en la niña de los gritos, en las discusiones de la pareja, hasta en la abuela Isabel que no puede bajar las escaleras, pensé en todos pero sobre todo en los abuelos de abajo a los que me dirigía para echarles la bronca por un olor resultado de un Mondongo que, finalmente, cocinaba mi calefactor en el salón.

Hasta la próxima amigos y espero que esa próxima no sea un incendio... ya no huele a mondongo y que sepáis que tengo los pies calientes!

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