I Tego Arcana Dei

Un espacio como cualquier otro para dar rienda suelta a los pensamientos, a la imaginación, para comunicar y ser leído, analizado por algunos o simplemente ignorado por muchos. Lo importante es intentarlo y quedar a merced de quienes creen en uno y nos dan el voto de confianza; y demostrar que mas que un trabajo es un compromiso para con el lector. LESSAR

jueves, abril 24, 2008

A ritmo de tango: un bandoneón y tu historia

Fue en un restaurante-café de Buenos Aires. El bandoneón y el humo del cigarro hacían de aquel domingo de marzo una tarde realmente especial. Afuera, las calles estaban mojadas, el cielo despejado, un aire fresco revoloteaba fuerte a nuestro alrededor y las aceras miraban el ir y venir de algunos pocos visitantes que iban en busca de pasión y de desahogo en aquellas callejuelas del barrio de Boedo.

Ese día y luego de mucho pensarlo y sopesarlo había decidido ir con Medina, mi amigo, a ver el espectáculo del maestro del bandoneón. Show de tango que llevaba representándose en el “Homero“ café por muchos meses y que todos, absolutamente todos, afirmaban era de los mejores de la fiesta porteña.

El bandoneón tiene aquello especial que hace que quien lo escuche caiga en un sueño lento y profundo, sus requiebres y susurros hacen que no se conciba tango sin bandoneón. Abraza con su melodía a la mujer como el más fiel de los amantes hasta convertirse en poema hecho canción. Sin lugar a dudas es para los poetas del tango su querido y amigo compañero de tristezas.

Y ahí estaba El con su arma de botones y sonidos, con su corazón hecho instrumento dispuesto a desarmar a los incautos muertos de amor y de perfidia. Yo lo divisaba desde mi butaca y me dejaba llevar por el sonido in-crescendo de su “amigo” delator de tristezas. Habían pasado veinte años desde la última vez que lo había visto. Veinte años son muchos, más aún cuando eres niño y te haces todo un adulto y te ocurren, quizás, las cosas más importantes de tu vida. Historias que compartes con los que en ese momento conforman tu entorno. Pero ahí estábamos mi amigo Medina y yo mirándolo y escuchando su bandoneón.

¿Los chicos no querrán que les toque una pieza? Fueron las palabras que rompieron el instante cuasi perfecto en el que lo vi acercándose lentamente y colocarse en frente nuestro. No, gracias –respondió mi amigo. Silencio absoluto, divagaciones instantáneas, pensamientos inoportunos… No me reconoció, pensé…. Di la vuelta y le dije a Medina: Creyó que éramos pareja.

Aquella tarde el pasado se volvió a enfrentar con mi vida. Mi corazón dio un vuelco de 180 grados, mi mundo se deshizo bajo mis pies. Veinte años no fueron nada, los olvidé. Se perdieron en aquel momento en el que volví a verle. Era él, mi padre. No me atreví a decirle nada, las palabras no salieron, mis ganas se deshicieron y, francamente, sentí que no era el momento de malgastar y reclamar los años de desidia y de desamparo. El día que le hablara lo elegiría yo. Ese era su territorio, yo quería llevarlo al mío.

A la semana siguiente yo le esperaba en la cafetería del barrio, mi llamada telefónica le había desconcertado. Habla tu hijo-le dije- Humberto. El callado se limitó a contestar afirmativa y rápidamente que sí cuando le propuse verlo. Y ese se convirtió en el primer paso de mi deseo, siempre oculto, de volverlo a ver a los ojos otra vez.

No hablamos de mucho, no hablé de nada. El no paraba de hablar, alrededor nuestro la gente parecía demasiada, borrosa, prescindible y como en el tango en cuestión de minutos habíamos pasado del voleo, a una sacada para hacer un barrido cadencioso. Pero estábamos los dos ahí, y de un momento a otro sentí la necesidad de interrumpir su monólogo... le agarré la mano... y fue cuando, por primera vez en veinte años uno enfrente del otro, escuchó mi voz. Mi voz de adulto, de gaucho ya hecho hombre. Y suave, muy suave como música de bandoneón empezó a llorar.

Aún lo recuerdo como si fuera ayer, como si entrara en ese bar por primera vez, aquella cafetería, las palabras que nos dijimos; pero… de donde no hay no se puede sacar, dicen algunos y yo lo creo así. Veinte años no son nada pero son muchos años. Así que como las historias tienen que acabar, yo decidí terminar la mía tal y como comenzó. Mi padre se volvió a quedar en el pasado, con su historia, sus hijos que no son mis hermanos, su mujer, su bandoneón… y así ocurrió… los años han pasado... No he vuelto a escuchar su voz. Sigo viéndolo a través del televisor como cuando era un niño. Así fue nuestra historia como un tango triste in-diminuendo, de final silencioso se apagó...

A Humberto, mi amigo…

De esta tu amiga y narradora de tu historia...